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DEPORTES

16 de octubre de 2024

EL GENIO Y EL TIEMPO

Especial: Walter Vargas

¿Estará Messi en el plantel que jugará el Mundial de 2026? La pregunta es de una trascendencia descomunal. Y tan descomunal que hasta los periodistas argentinos hace rato que no se la formulan: ¿Les dará miedo la respuesta? ¿Cultivarán la superstición de declinarla a condición de soñar a pata ancha? Hasta donde sabemos, las últimas alusiones que Messi hizo al gran-tema-gran anduvieron, palabras más, palabras menos, por todos los ciclos se terminan, no falta tanto para la despedida, mientras tanto se trata de disfrutar, voy pasito a paso, 2026 queda lejos, sería lindo retirarse campeón del mundo, bla, bla, bla. Bla. Sin embargo, a 632 días del partido inaugural del Mundial, en el Azteca de México, ni Lionel Scaloni ni su cuerpo técnico dicen esta boca es mía, ni la propia Pulga azuza los fantasmas de una ausencia que, va de suyo, sería imposible de llenar. Escrito lo escrito, con 37 años y casi cuatro meses en el DNI y una carrera profesional de la cual hoy justamente (16 de octubre) se cumplen dos décadas, el Messi que anoche en el Monumental tocó una sublime sonata de primavera ofreció una imagen de lozanía que invitó a agarrar los veinte almanaques de su trayectoria, incluido el del año en curso, romperlos en mil pedazos y hacerlos volar por los aires, acompañados de fuegos artificiales y toda la fanfarria, toda. De lo que jugó, de los múltiples conejos sacados de la galera, hemos tomado nota desde Macaya Márquez hasta la abuela menos futbolera que en la cocina de su casa ayudaba al picado de la cebolla para la ensalada mixta y de vez en cuando se asomaba al living a ver lo que veían los más eufóricos de la tribu. Los que en su cara reflejaban la felicidad más vívida y fundacional: la felicidad del niño que goza de la gratuidad de quien está cómodo en sus huesos, en su piel, en su alma. Eso mismo emana Messi y comparte Messi: epidemia de la buena. El magnetismo potreril y la alegría intrínseca que dona el maravilloso juego de la pelotita número cinco. A esa carita de niño alegre hay que estar atentos. Por supuesto que también a sus eventuales lesiones, a los contratos, a su rendimiento dentro del rectángulo verde, pero sobre todo a las señales del Niño-Genio y las paredes que tira con el calendario y el reloj. Mientras a Messi le den el cuerpo, las piernas y el termostato del corazón, mientras Messi sea feliz dentro de la cancha, y se le note con una sonrisa redonda como la de Gardel, el Mundial 2026 estará a la vuelta de la esquina. Y en el Mundial, él, el Niño-Genio, de pantalones cortos y la Albiceleste número 10.

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