DEPORTES
11 de octubre de 2024
DE WATERPOLO… PERO EL PUNTO SIRVE
Especial: Walter Vargas
¿Dónde está escrito que Argentina tiene que ganar todos los partidos?
¿A quién se le ha ocurrido ese imperativo categórico?
Puede perder en Barranquilla, como perdió; puede empatar en Maturín, como empató anoche, y el mundo sigue andando. La Selección no deja en el camino ni un ápice de valía, de prestigio, de reconocimiento como el mejor equipo del planeta.
Es cierto –imposible omitirlo- que las condiciones del campo de juego donde se jugó con Venezuela desnaturalizan cualesquier análisis y por añadidura exigen apelar a otras categorías que exceden un partido de fútbol propiamente dicho. Algo de walterpolo, algo de patinaje sobre hielo, otro poco de adivinanza permanente (hubo zonas de los 105 x 70 en las cuales gobernó el azar). En fin, allá la Conmebol, allá la llamada “industria del fútbol”. Un verdadero monstruo grande que pisa fuerte, “toda la pobre inocencia de la gente” (León Gieco dixit).
Pero hubo un partido que se prolongó los 90 minutos de rigor y exige una evaluación que, en el mejor de los casos, tal si fuera un caleidoscopio reflejará, de manera brumosa, lo que en efecto sucedió en Maturín. El espectáculo no superó la barrera de los cinco puntos. Argentina se puso en ventaja rápido y fácil: una carambola que aprovechó Otamendi con el olfato angelado de sus últimos tiempos. Pero salvo un ratito del segundo tiempo, cuando mejoró De Paul en su función de fogonero y Messi participó más, la Selección jamás llevó las riendas del desarrollo. Y Venezuela, la Venezuela que hace bastante dejó de ser el pariente pobre que vive en el fondo del terreno, machacó, machacó, machacó y llegó al empate en uno de los varios embates aéreos que provocaron peligro en las cercanías de Rulli-que un ratito antes del empate de Rondón había hecho suya la mejor atajada de la noche. Manotazo in extremis a una pelota que se le clavaba en la ratonera-. Descafeinado Montiel en el uno contra uno con Soteldo. Salomón puede perdonar una o dos: tres no.
Todo lo demás fue un ir y venir sin ton ni son, con futbolistas que se la pasaron esquivando charcos. Ergo, no se trataba ya de sacar agua de las piedras, sino más bien de encontrar césped amigo arriba del agua.
El empate no es ninguna deshonra. Tomemos nota de que para rascar el puntito el entrenador de Pujato no tuvo empacho en terminar la faena con seis defensores. Sin dudas, un recuadro de Guinness. En una competencia larga, en la que sigue enseñando el camino y ante un oponente que ya exorcizó sus antiguos vicios de fútbol universitario (en la Copa América de 1975, por caso, Argentina les metió once a los venezolanos con un combinado rosarino pergeñado por Menotti), un empate debe de ser valorado y predisponer de muy buena forma para recuperar juego, porte y eficacia el martes versus Bolivia en el Monumental.
BOLETÍN DE CALIFICACIONES
Gerónimo Rull (7): Llenado de arco y transmisión de seguridad. Sacó un gol “hecho” con una cabriola de arquero de equipo grande. Sin responsabilidad en el golazo de Rondón.
Nahuel Molina (5): Garantizado su dinamismo y su voluntad de ir y venir sin retaceos, jamás se encontró cómodo. Alternó buenas con malas.
Germán Pezzella (8): Una murulla, el mejor de camiseta albiceleste. Ya con 33 años asistimos a la mejor versión de un defensor que conoce todos los secretos del oficio.
Nicolás Otamendi (6): De más a menos. En el haber un gol y una salvada providencial. En el debe, el despiste y la tibieza en la marcación de Rondón en el gol Vinotinto.
Nicolás Tagliafico (5): El que más sufrió el estado de la cancha. Su franja resultó una laguna insufrible. Hizo lo que pudo.
Rodrigo De Paul (6): De menos a más. Se pasó un tiempo corriendo a tontas y locas y discutiendo con todo el mundo, pero de a poco se enfocó en su juego, empezó a ganar las divididas y contagió temperamento del bueno.
Enzo Fernández (5): Lejos del mejor Enzo. El agua conspiró contra su mejor virtud (el pase) y por momentos, aunque su rostro no lo reflejara, hasta pareció fastidiado.
Giovani Lo Celso (4): Obstinado en jugar como si estuviera con la camiseta del Real Betis Balompié bajo un sol radiante, cada intento de gambeta o de contribución al circuito colectivo terminó en la nada.
Thiago Almado (4): Otra víctima del diluvio. Debe de haber tocado dos o tres pelotas. Su presencia en el campo fue meramente protocolar.
Julián Álvarez (5): Sin posibilidades de lastimar con sus diagonales y su ingenio, compensó con el mínimo, vital y móvil de la entrega. Ya vendrán días mejores para la Araña de Calchín.
Lionel Messi (6): Perdido y desconcertado en la primera parte. Luego, en la medida que mejoró el medio campo argentino estuvo más participativo y ofreció un par de toques de su cuño. Esos pases al vacío que sólo ve él. Dispuso de un mano a mano de gol, pero le faltó una milésima de segundos para eludir el oportuno achique de Romo.
Gonzalo Montiel (4): Desordenado, impreciso y, para peor, blando en la presión a Soteldo –que lo dejó parado como a un poste- en el gol venezolano.
Leonardo Balerdi (6): Aceptable y promisorio. Comprendió rápido qué cosas permitiría el estado de la cancha y qué cosas no. Nunca se complicó y de tal suerte fue una correcta alternativa de salida.
Leandro Paredes (X): Sin calificación. Jugó diez minutos, a lo más.
Lautaro Martínez (X): Idéntica situación a la de Paredes.