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DEPORTES

5 de octubre de 2024

LA BENGALA PERDIDA

Especial Alejandro Arnedo

Corría agosto de 1983 y la dictadura más sangrienta de la que tenga memoria nuestro país vivía sus últimos meses post derrota en la guerra de Malvinas. La violencia de ese terrorismo de Estado de los años de plomo tenía su correlato en las tribunas de los estadios de fútbol donde Las barras de los clubes habían tenido un particular auge y los hechos de violencia pasaban a ser un tema recurrente cada fin de semana. El miércoles 3 de agosto tenían que enfrentarse Boca y Racing en la Bombonera por la fecha 12 del campeonato de Primera División. En ese torneo se había implementado el sistema de promedios para decidir los descensos, Racing estaba comprometido por una pésima campaña del año 1982. Ambos equipos se habían enfrentado meses antes en Avellaneda, en cancha de Independiente donde Racing hacía de local por tener su estadio clausurado. En dicho encuentro se produjeron violentos enfrentamientos entre las parcialidades, dentro y fuera del estadio sentando un precedente. Roberto Basile era un joven empleado del banco Shaw y estudiante de Ciencias Económicas. Hacía tiempo que no iba a la cancha a ver a su querido Racing porque estaba abocado a terminar su carrera y le quedaban pocas horas disponibles para la diversión. También tenía planeado casarse en poco tiempo. Ese miércoles, convencido por su amigo y compañero de trabajo Juan Alberto Martínez, decidió ir a la cancha con la promesa de cenar luego en una tradicional cantina del barrio de La Boca. Al mediodía no fué a almorzar ya que debía rendir un examen de Análisis al día siguiente y utilizó ese tiempo para repasar apuntes con vistas a la evaluación. A las 19 horas salió de la oficina con dos bolsas de papelitos y rollos, lo esperaban Martínez y su novia. Tomaron el 64 que en pocos minutos los dejaría a cuadras de la cancha. Basile se encargó de comprar las entradas, que por entonces se hacía en la cancha misma, sacó dos populares y una de dama. Subieron las escaleras de la Bombonera y se ubicaron a la derecha de la bandeja media visitante, la que da al Riachuelo. Miguel Eliseo Herrera era un joven de 21 años al que todos conocían como el Narigón. Oriundo de la Boca buscaba hacerse un lugar en la 12 y escalar. Una 12 que ya no era manejada por Quique el carnicero luego de un violento enfrentamiento en la ruta 9 allá por 1981. El nuevo mandamás era un tal José Barrita de San Justo, más conocido como El Abuelo. Mario Avalos era empleado de una ferretería ubicada en Lamadrid 638, la misma cuadra en la que vivía el Narigón Herrera. Para hacerse unos pesos Avalos le ofreció a Herrera unas bengalas de barco vencidas a un precio promocional. Las mismas habían sido utilizadas cuando Boca enfrentó de local a Vélez sin mayores consecuencias. La particularidad de estas bengalas es que tienen un alcance de 400 metros y alcanzan una velocidad de 300 kilómetros por hora. Calcule usted lo que puede demandarle a un artefacto de esos cruzar de una tribuna a otra, en un chasquido de dedos puede recorrer esos aproximados 120 metros, no da tiempo a absolutamente nada y esto se lo puedo asegurar con conocimiento de causa. Esa noche del 3 de agosto Avalos se acercó con un bolso marrón y se lo entregó a Herrera en las inmediaciones del estadio, en el interior había 16 bengalas marinas. Un fuerte tumulto en el ingreso posibilitó que el bolso pasase evitando los controles. A las 19 horas comenzó el partido de tercera y a su vez comenzó a iluminarse el cielo producto de las bengalas que partían del núcleo de la 12. Primero hacia arriba, luego fueron bajando, como si estuviera afinando la puntería. Fueron 8 disparos en total. Una, la primera de ellas, cayó a 300 metros, en la esquina de Magallanes y Garibaldi. Al respecto Aldo Otaggio, periodista partidario xeneize dijo "Regresaba a casa, estaba en la esquina de Magallanes y Garibaldi en el momento mismo que la bengala pegó contra la pared de un almacén. Fue un resplandor impresionante. De repente se hizo de día y me encegueció por completo". Quince minutos antes del partido de primera la tribuna visitante donde se encontraba la parcialidad racinguista, estaba colmada. Con los equipos ya en la cancha una bengala cayó en el sector B de la platea local sin producir consecuencias de milagro. Otra cayó entre Abel Alves y Cacho Córdoba, jugadores del local mientras precalentaban, a nada estuvo de herir a Córdoba. La octava bengala salió recta, seca, letal, directo a la tribuna visitante. Era imposible que no hubiera impactado a alguien, no había chances de que no hubiera impactado a alguien. "Roberto tenía sus manos en mi espalda. Estaba escuchando la radio. Le dije que no sintonizara a Víctor Hugo porque nos traía mala suerte. Así que pienso que estaba escuchando a Muñoz", recordó Juan Alberto Martínez; y agregó con dolor: «El grueso de la hinchada de Racing estaba a diez metros. Primero vimos dos bengalas que venían de enfrente. Una se desvío a la derecha y salió de la cancha. La otra pasó por encima de nosotros. Escuché un zumbido y pensé que era un petardo que estaba por explotar. Agarré a mi novia y me cubrí con el saco. Nos caímos al piso. Cuando nos levantamos había un humo terrible y no veíamos a Robertito. Estaba tirado al lado mío con la bengala clavada en el cuello. No se movía. La bengala todavía estaba encendida. Algunos trataron de apagarla con el pié. Otro trató de sacársela y se quemó las manos. Robertito no se movía. Ya estaba muerto". Lo que siguió fueron momentos horrendos y espantosos, de la boca y las orejas de Basile salían humo y fuego. Carlos Procopio, fanático de Racing, intentó en la desesperación sacarle la bengala lo cual le produjo severas quemaduras y graves heridas en los ojos. Al silencio le siguió el griterío y las promesas de venganza. El partido insólitamente se jugó con la excusa de que desalojar la cancha en ese momento podría producir una masacre en las afueras. Fue un 2 a 2, Gareca puso en ventaja a Boca, empató Osvaldo Rinaldi, Castelló intentó despejar desde atrás de la media cancha y la clavó en el arco de Gatti y finalmente empató Gareca de penal. Pero nada de esto importaba, el fútbol había quedado en absoluto segundo plano. En las afueras mientras se jugaba el partido se desarrolló un impresionante operativo policial. Toda la cúpula de la 12 fue detenida. Las investigaciones apuntaron a dos personas: el Narigón Herrera y Roberto Caamaño, otro que buscaba escalar en la barra del Abuelo, 23 años de edad, empleado del Banco Ciudad y oriundo de Lugano. El hecho fue caratulado como homicidio preterintencional, que es cuando se asesina pero sin la intención de hacerlo. La dirigencia de Boca, cuyo presidente era Martín Benito Noel, negó toda relación con la 12 del abuelo. Lo cierto es que ambos acusados tuvieron defensores de primer nivel. A Herrera lo defendió la prestigiosa abogada Graciela de Dios, a Caamaño el ex juez de San Isidro Víctor Sasson. Siempre se dijo que ambos letrados fueron aportados por el histórico concejal de extracción radical Carlos Bello, oriundo de la Boca. Vaya uno a saber que lazos los unían aunque no es difícil imaginarlos. La impunidad y protección funcionaron a la perfección, la condena fue de dos años de prisión en suspenso para ambos. Nadie pagó por quitarle la vida a ese joven hincha que después de dos años fue a ver al equipo de sus amores. Hoy, a poco más de 41 años de aquel hecho poco parece haber cambiado, es notorio si que las barras se han profesionalizado formando parte del entramado social y político, dentro y fuera de los clubes. El cruel asesinato de Roberto Basile, el cual como vemos quedó impune, no es mas que una muestra de tantas y desde este espacio queríamos evocar su memoria, la de un pibe de 25 años con todo un presente y futuro por delante, los cuales fueron truncados en un segundo por las manos de un puñado de asesinos quienes siguieron gozando de impunidad hasta el asesinato de los hinchas de River en 1994, en el camión mosquito, pero eso será para desarrollar en otro capítulo.

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