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DEPORTES

12 de septiembre de 2024

MÁS QUE UN RING, UN TOBOGÁN

Especial : Walter Vargas

¿El boxeo argentino está en su piso más bajo de decadencia por falta de boxeadores? Error. Si algo abunda en la Argentina son los boxeadores. Elemental: vivimos en un país con 60 por ciento de pobres. Mientras haya pobres, habrá boxeadores. Hasta donde se sabe, se desconoce la existencia de pugilistas surgidos de la Universidad Argentina de la EMPRESA (UADE), de estudios de arquitectura o hijos de aves de rapiñas de la mesa de dinero. ¿Entonces? ¿Dónde reside el deterioro y el retroceso? En principio, en la descorazonante ausencia de maestros. Hoy, cualquier muchachón con relativa experiencia en las artes marciales mixtas o estudioso de cinco tutoriales de Youtube, forma al piberío y sube al rincón del cuadrilátero con aires de Osvaldo Cavillón, de Paco Bermúdez, de Santos Zacarías, de Amílcar Brusa, sigan firmas. Después, o antes, quién sabe, en la descarada lógica del rédito propio e inmediato que cultivan las cuatro patas de la mesa: Osvaldo Rivero, Mariano Arano, Mario Margossian y el oriental Samson Lewcowicz, de los cuatro acaso el menos inescrupuloso y el único con inserción real en los Estados Unidos. Es cierto que los cuatro señores referidos son los que mantienen vigente la actividad profesional, pero en todo caso no menos cierto que se especializan en armar campañas de prospectos endulzados con récord que retratan la diferencia entre crecer y engordar. Por lo general, engordan frente a adversarios de tercer o cuarto nivel, cobran bolsas miserables y se les hace creer que son más de los que son. Ergo, pierde nueve de cada diez boxeadores argentinos que hoy sale a combatir al exterior y, si llega a las tarjetas, da para la suelta de globos y la entonación del himno de Vicente López y Planes y Blas Parera. En este contexto brumoso, doloroso, opropioso, el ejemplo más revelador es el del invicto welter júnior/welter José Ángel Gabriel Rosa, dueño de una pomposa marca de 27-0 y 20 KO en el lapso de tres años y ocho meses. El zurdo Rosa es hijo de José Rosa Gómez, un dominicano que años ha llegó al país para hacer un par de peleas y se radicó en la Argentina. (Salvadas las distancias, un caso similar al del notable panameño Luis Federico Thompson). Rosa, al que apodan Sansón, vive en una caja de cristal que se hará trizas en el momento menos pensado. Vive en La Rioja y de La Rioja no piensa salir llueva o truene, su entrenador está en Catamarca (el irrelevante Joel Corzo) y viene a Buenos Aires cada vez que su manager, Georgina Rivero- hija del truculento empresario Osvaldo e igual de conocedora de las destrezas del boxeo que el autor de estas líneas de la segunda ley de la termodinámica- lo convoca a enfrentar a un rival que, así lo anotician, representarán una prueba de exigencia rigurosa y de ascenso en el firmamento internacional. ¿Cuáles son los escalones más exigentes que Sansón ha debido afrontar? Media docena de ganadores de perdedores en el tercer o cuarto nivel. El venezolano Jonny Sánchez (18-2 y las dos veces antes del límite); el ecuatoriano Edwin Bennet (16-6 y también noqueado dos veces); el colombiano Germán del Castillo (14-4 y vencedor de una fauna de novatos o tipos que acumulaban 16, 17, 18, 25, 27 y hasta 32 y 33 peleas perdidas); el también colombiano Didier Castillo (hoy con foja de 7-4-1: noqueado tres-veces-tres); y dos mexicanos traídos como figuras “riesgosas”, adjetivo que merece las comillas a guisa de la consabida ignorancia de los que pagan la entrada o siguen las veladas por TyCSports (socio de Rivero) y del silencio o el eufemismo de los colegas que así defienden sus puestos de trabajo. Eso, conste, por no hurgar demasiado en sus motivaciones. Allá ellos con sus conciencias. Volvamos a los mexicanos riesgosos y exigentes: Juan Ramón Guzmán (hoy 18-4, las cuatro por la vía expeditiva y siempre vencedor de coleccionistas de derrotas) y hace pocos días, el 31 de agosto, Jovani Straffón, uno de récord de 26-7 que recibió tres o cuatro golpes netos y prácticamente huyó del ring. ¿Qué pasará con Rosa, un muchacho, nobleza obliga, de interesantes condiciones? Imposible saberlo. De momento se contenta con el rol del cabeza de ratón. Acumula cinturones de lata y cada vez que pelea en Buenos Aires y le acercan un micrófono formula declaraciones pour la galerie (palabras más, palabras menos, dice que ya está para probarse con los mejores del planeta) y vuelve a su apacible vida riojana, con su esposa, sus dos hijos y una rutina de entrenamiento en la que brillan por su ausencia sparrings que den el mínimo, vital y móvil del rigor. Entretanto, el clan Rivero se solaza duro y parejo con la caja registradora. Entretanto, el boxeo argentino dispone de un solo exponente de primer nivel: Fernando Martínez, el Pumita de la Boca. Continuará.

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