Es el 12 de octubre de 1991. Por la fecha decimocuarta (14) del campeonato de la Primera C emprendimos con mi viejo la aventura de ir a ver a Excursionistas para homenajear un poco al abuelo Esteban quién allá por mediados de la década del 50 había sido dirigente y hasta entrenador interino de la Máquina del Bajo . El colectivo de la línea 118 nos dejó en las barrancas de Belgrano y desde ahí emprendimos la caminata rumbo a La Pampa y Miñones, la casa de Excursio. La tarde sabatina ofrecía sol, fútbol, un barrio hermoso como escenografía y pasar un rato agradable entre padre e hijo. Demasiados argumentos para rechazar la oferta. De pronto el silbatazo del árbitro le daba inicio a un partido que en sus minutos iniciales era muy cortado debido a las arteras patadas que propinaban los férreos defensores de Leandro N Alem sobre los veloces atacantes con camiseta verde y blanca. Los locales haciendo gala de un juego bastante prolijo y tratando de llevar la pelota a ras del suelo de a poquito empezaban a encerrar a sus oponentes dentro del área muy cerca de su propio arquero. El gol estaba al caer, se podía oler. Una salvada sobre la línea primero, un pie que bloquea justo el remate del centro delantero después para así prolongar el suspenso. De tanto ir Excursionistas tiene su premio cuando antes del final del primer tiempo aparece Roberto Horvath y estampa el justiciero 1-0. Lo que siguió fue un monólogo local ante un rival que a esa altura apenas ofrecía una tenue resistencia. Por eso no sorprendió a nadie la lluvia de goles que se desencadenó y que dejó el marcador final en un contundente 4-0 en favor del cuadro del Bajo gracias a dos goles de Bernera y uno de Fernández. De a poco el sol de octubre empezaba a esconderse detrás de los imponentes edificios del pintoresco barrio. Un triunfo que le servía a Excursionistas para seguir construyendo una muy digna campaña. De a poco el partido sería un recuerdo, bruma flotando en nuestras memorias, un relato perdido en el tiempo. El juego prolijo por un lado. Las marcas pegajosas por el otro. La heroica oposición por aquí y el desborde de goles por allá. Llegaba la hora de emprender el regreso a casa. Llegaba la hora de volver a nuestras rutinas. El tiempo pasó y no repetimos muchas veces más esas escapadas al mundo del ascenso. Grave error porque ahí teníamos la excusa perfecta para ser felices al menos por 90 minutos . Si fuimos muchas veces juntos con mi viejo a la cancha a ver a Racing, nuestra máquina de crear recuerdos. Para terminar dejo como consejo para quien quiera recibirlo de parte de un amante del fútbol del ascenso lo siguiente: elija un partido cualquiera, al azar, ya sea de la B, C o D. Subase al auto o a un tren o un colectivo. Cruce el conurbano si tiene ganas. Vaya acompañado por un hijo, un sobrino o un amigo y deje que los duendes del ascenso lo envuelvan con su magia y hagan de usted en medio de tanta crisis y tanta mezquindad un tipo feliz al menos por 90 minutos...