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DEPORTES

28 de agosto de 2024

HABLEMOS DEL VAR

Especial: Walter Vargas

Una declaración de principios: en la página 67 de mi libro Fútbol Delivery (Ediciones Al Arco, 2007) hago una encendida proclama en defensa de la incorporación de la tecnología al fútbol. Sobremanera la de un chip o sensor capaz de establecer si la pelota traspasó o no traspasó la línea de gol. Y en sucesivas entregas a la Agencia de Noticias Télam cuestioné la obcecación conservadora del fútbol en oposición a otros deportes, tales como hóckey, vóley, rugby y básquetbol. Palabras más, palabras menos, me declaré a favor de todo aquello que reduzca los márgenes de injusticia. Pues bien: para eso, y no para otra cosa, llegó el VAR al fútbol de elite. El pequeño-gran detalle es que aun la tecnología más fiable es operada por seres humanos, que en tanto tales están sometidos al imperio del mero error hasta llegar a la más supina venalidad. En el caso de la Argentina, el VAR padece de dos fallas de origen. Una de cuño científico y otra de cuño moral. Las herramientas dispuestas para los trazados de líneas en situaciones de posiciones adelantadas son vetustas o de segunda mano. Por si fuera poco, el de Argentina es un fútbol sospechado (y no desde hace media hora), a partir del propio Chiqui Tapia, pasando por el arbitraje hasta llegar a los dirigentes de los clubes que cuchichean en los bares aledaños a la AFA o acortan camino en la propia sede de la calle Viamonte y se tiran lances con el propósito de ser mirados como si tuvieran la cara (más simpática) del cliente. Cancelada la mirada romántica del error y el horror reglamentario –que quien sucribe no ha tenido ni tendrá-, cae de madura la pregunta del millón: ¿Qué es lo peor que tiene el VAR? Sin contar las interminables dilaciones que tienden a discernir si el agua está mojada, ¡el offside de pixel! Eso mismo que planteó el sabio entrenador francés Arsene Wenger en la propia FIFA y en Zürich por ahora vegeta en calidad de sugerencia pasible de ser analizada hasta no sé sabe cuándo. Wenger encuentra inaceptable que un gol no suba al marcador porque en el trazado de líneas se advierte un centímetro de hombro o dos mechones de cabellos. ¡Sí, señor! Para que sea dicho de una vez, el VAR es una herramienta perfectible, de la cual no pienso convertirme en enemigo, del mismo modo que no reclamo la abolición de la energía eléctrica, cuando hay un cortorcuito en una instalación de la que emana corriente capaz de hacer daño.

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