La historia de Atlético Lugano es como la de tantas instituciones que pueblan el ascenso argentino. Un club humilde, de barrio, con sueños y esperanzas de seguir creciendo y subiendo de categoría. Al menos eso era así hasta que hace unos años tomaron la conducción del club un grupo de dirigentes lejanos al afecto y amigos de los negocios veloces, esos que no le dejan nada a la institución. El último ascenso del Naranja fue en 1998 cuando llegó a la Primera C por mérito propio, algo que no tiene nada que ver con el ascenso masivo del año pasado ante la desaparición de la Primera D. La política que gobierna al club desde hace mucho tiempo es la de la nula inversión, sin inscripción de nuevos socios, con la cancha inhabilitada perdiendo la localía o jugando a puertas cerradas. Las consecuencias lógicas de ese vaciamiento son las campañas desastrosas con constantes peligros de desafiliación, la nula actividad social y el constante deterioro institucional. Con el estadio en Tapiales (Provincia de Buenos Aires) y la sede en Villa Lugano (CABA) las actividades sociales dentro de la sede desaparecieron mientras los dirigentes en ese edificio armaron un gimnasio cuyos ingresos ($1.800.000) se desconocen a donde van a parar al igual que la plata que destina la AFA ($3.400.000 pesos)para cada equipo. Consecuencia lógica de estos desmanejos fueron la desaparición del Fútbol Femenino (supo tener un equipo muy competitivo) y la sensación de ser un club que está secuestrado. Por eso hay un grupo que se llama Salvemos el club Atlético Lugano que a puro corazón, con empuje y mucha organización está tratando de lograr que haya un llamado a elecciones y la gente pueda volver a sentirse parte de la vida del Luganero. Por eso lastiman y generan preocupación las situaciones que la gente que ama a Lugano de verdad nos relata. Historias de agresiones a periodistas partidarios, amenazas, campañas sospechosas e inexplicables en dónde fue el equipo que más partidos perdió de local pero además el que más expulsados tuvo. Y ahí aparecen los fantasmas de las apuestas deportivas y la certeza de estar ante un gerenciamiento que trae literalmente la resaca de los clubes del ascenso para armar paupérrimos planteles año tras año postergando a los chicos del club que seguramente harían campañas mas dignas y decorosas porque al menos jugarían con amor y respeto por los colores. Esta es la historia de un club centenario del ascenso argentino que hoy es rehén en manos de un grupo de inescrupulosos que se sienten intocables pero hay algo que en silencio y con fuerza se está gestando desde las entrañas mismas de Atlético Lugano. Eso es el movimiento popular que su gente está armando empezando a tomar luz pública . Esa gente respaldada por 109 años de historia, por mil batallas en tardes del ascenso, por volver a vestir de naranja el estadio José María Moraños y que el club sea una fiesta en manos de sus hinchas y sus socios. Ese es el horizonte, ese es el sueño y el objetivo principal, lograr que el corazón de Lugano siga latiendo bien fuerte, como ayer, como siempre...