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DEPORTES

27 de octubre de 2024

HABLEMOS DEL PIBE COLAPINTO

Especial: Walter Vargas

A propósito del gesto Franco Colapinto, el de emplear en el Gran Premio de México el casco que era de Carlos Reutemann en su etapa en Williams, la ocasión auroriza a ciertas comparaciones, que para el caso nada tienen de odiosa, pero sí la obligada impronta de la primera persona del singular. Seguir a Lole en Fórmula 1 era un rito sagrado en el que influía poco o nada su vertiente ideológica y de billetera explosiva. Su biografía no miente: un niño bien de la privilegiada argentina del campo fecundo y para pocos (la Argentina agrícola ganadera), para mejor casado con una millonaria: Mimicha. De modo que su inserción en el automovilismo internacional fue gradual y, si se quiere, indolora. Ojo: el tipo era capaz de manejar bien hasta los aparatejos de un parque de diversiones. Era bueno en Turismo Mejorado, muy bueno en los rallies y brillante ren Sport Prototipos. Después, en los llamados monopostos, la rompía con manos de terciopelo. Amén de nene bien y millonario, Lole era hosco y frente a los micrófonos tiraba una economía verbal que para muchos era exasparente y hasta dio para las caricaturas. El humorista Mario Sapag lo encarnaba en un sketch donde lo único que decía el piloto, Lole, era “y… es muy difícil”. Pero, a qué disfrazarlo, yo a Reutemann lo quería y lo seguía como un devoto musulmán camino de la Meca. Y me despertaba a cualquier hora a ver sus carreras en una vieja tevé destartalada que cuando se le aflojaban las lámparas clavaba unas rayas curvas que parecían presagiar un desembarco de extraterrestres dispuestos a adueñarse del planeta Tierra. Y sufría cuando se quedaba sin nafta a nada de la meta, o se hacía trizas la toma dinámica del Brabham, o su compañero de equipo lo traicionaba y no respetaba las indicaciones de los jefes de equipo o por un miserable punto se quedaba mirando el campeonato del mundo con la ñata contra el vidrio. Colapinto es otra cosa. Un pibe aún, que si bien no nació en Fuerte Apache, pertenece a la clase media acomodada de Pilar (esto es: ahí no faltan las monedas, pero tampoco rebasa de billetes la caja fuerte), que empezó arriba de un karting y a la edad del acné de cercana retirada se sube a un Fórmula 1 y lo maneja como si fuera cosa de toda la vida. Y saca agua de la piedras. Y puntos aun habiendo partido detrás del Safety Car. Y es capaz de sobrepasar a próceres con Hamilton y Alonso como quien se florea por la Avenida Libertador con semáforo en onda verde. A propósito del Safety Car. Del pibe Colapinto para acá he hecho un curso acelerado de terminología, de glosario de F1. “Q1 y Q2”, “carrera sprint”, “Flujo de combustible hacia la unidad de potencia”, “cambio de sensores”, “pit stop”, “plan B y plan C”, “gestión de neumáticos”, “aire limpio”, etcétera. Además, el pibe es respetuoso, conocedor, laburador, simpático, ocurrente, canchero en el buen sentido, entrador, y todo le queda bien. Por eso dan ganas de que suba a las altas cumbres, tenga un cupo en 2025 y el auto vuele. Como vuelan sus sueños. Sin baches y sin pereza

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