Pasó el clásico de Avellaneda y fue un 0-0 que no entrará en la historia. Con polémicas, con un flojisimo arbitraje de Ramírez (muy cómplice de los que no querían jugar) y con poco fútbol. Con un Cilindro vestido como en sus más gloriosas jornadas. Con un justo y emotivo homenaje al Bocha Maschio y con un partido que tuvo a Racing yendo con pocas ideas y a Independiente enamorado tempranamente del empate. La expulsión en los rojos de Damián Pérez por último hombre pronunció el planteo amarrete del elenco de Vaccari. Además sobre el final del primer tiempo llegó ese gol de cabeza de Santiago Sosa que el árbitro a instancias del VAR anuló generando suspicacias porque no quedó claro que haya sido posición adelantada del volante. El complemento tuvo a Racing buscando sin caer en la desesperación. Ya estaba Juanfer adentro pero solo mostró destellos. Por su parte la visita ( no tuvo ni siquiera un sólo córner a favor) estaba refugiada en su área donde Rey y una sólida defensa sostuvieron la igualdad. De todas formas y más allá que mereció el triunfo la actuación de Racing no fue buena. Fue un equipo sin luces ni ideas. Iba por inercia sobre el área rival pero no generó muchas situaciones claras para quebrar el cero. El final encontró a Independiente celebrando una igualdad en el Cilindro (jugó 5 minutos con 9 jugadores porque también fue expulsado Vera) y a la Academia sintiendo que los planteos defensivos de los rivales lo complican en demasia. Punto final para una nueva edición del clásico. Un punto que si bien cayó mejor por el lado rojo de todas formas dejó a ambas escuadras en paz y pensando en el futuro inmediato. Los dos saben que tienen mucho por mejorar y corregir. Hoy armaron un partido chato y de poca calidad. Quedaron en deuda. Es verdad que la historia pudo ser diferente pero el VAR una vez más, maldita sea, silenció la explosión y acalló el grito sagrado.