“Borghi paraba la pelota y hacía la rabona mejor que yo”, declaró una vez Maradona. Dios hizo a Diego y al Bichi con una pócima de dones más o menos parecida. Los dos salieron de Argentinos Juniors; sin embargo, Maradona quiso ser Maradona. Y jugó para ganar. En cambio a Borghi le sobraba paño, jugaba por jugar. Fue Picasso, lo dijo Platini, que lo sufrió en la final del 85, entre Argentinos y la Juventus. Pero no pintó para ser el mejor, Borghi quiso ser un nómade del fútbol. Jugó en 13 equipos de 6 países, y siempre priorizó la buena vida. Prefería una gran ciudad a un gran club. Es más, el Milan tardó en convencerlo porque él quería tomar un café en París y jugar para Racing de Francia. Ese era Borghi, un rara avis, criado en Morón a sopa, polenta y menudos de pollo. Jugó al fútbol gracias a Pékerman, que lo fue a buscar a la zapatería donde trabajaba porque sus pies eran mejores que sus zapatos. Le tocó vivir en la era Maradona. Por eso, en el 86 casi no jugó y en el 90 ni lo llamaron. Luego se perdió del alto nivel y regaló sus magias a los chilenos que lo adoptaron con cariño. “Oye, y este hueón de donde salió”, se habrán preguntado. El fútbol no fue justo con Borghi jugador (sí, con el Borghi entrenador). Hay magos que no llegan a Broadway. Pero sus trucos igual volaron alto. Borghi no sabía patear de zurda, entonces hizo poemas de rabona. Adrián Michelena