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DEPORTES

1 de noviembre de 2024

PERO NOS QUEDA LA ACADÉ

Especial: Walter Vargas

Se han definido los finalistas de las dos copas internacionales más importantes de Sudamérica y es hora de poner una somera lupa. (Del rendimiento de Racing en sí se encargará en detalle el agudo y entendedor colega Darío Giuliani). Así venía caminando la historia: Cortita y al pie: “la alegría es solo brasilera” (Charly García dixit). Copa Libertadores: cinco títulos brasileños (dos Flamengo, dos Palmeiras, una Fluminense) y tres de esas finales los habían tenido a ellos como protagonistas. Cuatro, pues, con la que el 30 de noviembre afrontarán y, por qué no, disfrutarán, Botafogo de Río de Janero –que jamás coronó- y el Atlético Mineiro de Gaby Milito. Nadie podrá decir que River no lo intentó. Pero en Belo Horizonte fracasó en la defensa y en el fuego del alma: tiró la toalla después del primer gol de Deyverson. Y en el Monumental, acompañado de una multitud fiel, estruendosa, conmovedora, cayó en la madeja del apuro, de la impericia, de las trampas tácticas que dispuso un Atlético Mineiro que defiende mejor de lo que se reconoce y que del medio en adelante tiene jerarquía de sobra. De hecho, el Millo buscó el arco brasileño 35 veces, pero en el trazo fino caeremos en la cuenta de que Franco Armani no resultó mucho menos influyente que el paulista Everson, llamado a intervenir en serio no más de tres o cuatro ocasiones. Y aun cuando los directores técnicos no entran en la cancha, su propia existencia implica per se un porcentaje de gravitación. Marcelo Gallardo también fue un perdedor en toda la línea, acaso por su síndrome de pedantería, con un cúmulo de discusiones discutibles. La titularidad de Nacho Fernández allá (el zurdo ex Gimnasia ya no está para estos trotes), la de Matías Kranevitter acá (hace añares que el tucumano dejó de ser el pichón de gran 5 que parecía) y el fragrante desprecio por el talentoso desparpajo de Claudio Echeverri y Franco Mastantuono. Hagamos las cuentas finales: si vos sabés que lo de enfrente disponen de un menú de mayor calidad y vos no ponés tus mejores platos en la mesa, alpiste. En la Copa Sudamericana, en cambio, los planetas parecen estar mejor alineados. Argentina no se la queda desde 2020, cuando el valioso equipo armado por Hernán Crespo derrotó a Lanús y precisamente los Granates se mancaron en el momento menos pensado: en la Fortaleza, después de de jugar de igual a igual y empatar en el Mineirao de Cruzeiro. En casa, el Ruso Zielinski (tal vez el DT más conservador y cabeza dura de la patria argenta) careció de recursos para mover las piezas necesarias, aunque, nobleza obliga, en la primera parte de la tenida fue esquiva esa dosis de buena suerte indispensable en cualquier ámbito de la vida. Encima, a los 37 abriles el arquero Cassio sintoniza mejor que la mejor radio de nuestros años mozos. Pero no todo está perdido. Racing ofreció su corazón, llenó El Cilindro y pasó a valores a dos presuntos cucos brasileños: Athletico Paranaense y Corinthians, un equipo con más calidad que timón: el proverbial bocón del Pelado Díaz terminó dirigiendo a un crack de renombre (el neerlandés Memphis Depay), se quedó sin luz en la exprimidora de jugo, sin contar los problemas que sufre en un Brasileirao donde cuenta las monedas para no descender. Ahí está Racing y ahí estará Gustavo Costas en la final del 30 de noviembre en La Olla de Asunción del Paraguay. Ironías y revanchas del fóbal, ¿no? Costas, el mismo tipo del que muchos hinchas de Racing se reían por desconcertante, por hiperkinético, porque bancaba a Juanfer Quintero, porque en las conferencias de prensa quedan al desnudo sus problemas de dicción, su verba a menudo indescifrable. El gol que redundó en la Supercopa de 1988, en un Magalhaes Pinto hasta las manos (¡118 mil torcedores, vulgo hinchas!) fue cosa de Omar Catalán. ¿El 2? Costas, el mismísimo Costas, lujoso compadre de la Tota Fabbri.

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