Miércoles 9 de Octubre de 2024

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DEPORTES

9 de octubre de 2024

HABLEMOS DEL CHOLO SIMEONE

Especial: Walter Vargas

Diego Pablo Simeone, el Cholo, está considerado uno de los diez mejores directores técnicos del planeta y en rigor ni sus más acérrimos detractores dispondrián de argumentos serios y sólidos para refutar la condiciones que se atribuye al pope del Atlético de Madrid. Pero supongamos que incluirlo en el top ten es exagerado. Bien: se admite la impugnación. Pues entonces constará entre los 15 mejores. Salgamos por un momento de su ya lejano paso por el fútbol argentino. Fugaz examen en Racing que forzó su cuelgue de botines, excepcional faena en Estudiantes de La Plata (de Guinness: cuando iban 40 minutos de la última fecha del Apertura 2006, Boca llevaba al Pincha cinco puntos de ventaja. La cosa terminó en partido desempate, coronó el Pincha y Ricardo La Volpe pasó a ser persona no grata por la presunta “mitad más uno” de la República Argenta), gloria y cadalso en River (de campeón a colista), lánguidas travesías en San Lorenzo (2009/2010) y La Acadé (2011). Salgamos también de su meritorio paso por la Serie A en 2010/2011, cuando salvó del descenso a un Catania que pobló de argentinos que acompañaron a un ignoto y abnegados grupo de italianos. Pero lo que atesora en su paso por el Aleti es excepcional: 14 temporadas al frente del plantel, ocho títulos, finales de Champions y un acumulado de 66.38 de porcentaje de puntos. Sin embargo, aunque valiosos e inapelables, los números se revelan insuficientes para dar cuenta de la sideral influencia de Simeone en el Atlético de Madrid propiamemente dicho. Lo refundó. En un abrir y cerrar de ojos convirtió en un club que había perdido sin remedio su sitial de tercer grande de España a manos del Valencia y Athletic de Bilbao, en una piedra en el zapato de los dos colosos y en una pesadilla para todos los demás. Como alguna vez observó un hincha Colchonero que envuelto en una bandera rojiblanca se aprestaba a entrar al Estadio Metropolitano (joya arquitectónica enclavada en el barrio Las Rosa con un aforo para 70 mil espectadores, construida con la montaña de euros que propiciaron las notables campañas made in Simeome), “amamos al Cholo porque nos devolvió la alegría de ser del Aleti y la confianza de competir de igual a igual con el Madrid y el Barsa”. Escrito lo escrito, la pregunta del millón es por qué juega entre regular y mal, cuando no entre mal y muy mal, el Aleti de estos días, el que tiene el plantel más lujoso de su historia: 530 millones de euros en una nómina de jugadores de los cuales nada menos que 15 son internacionales. Sin ir más lejos, puso sobre la mesa del Manchester City la friolera de 75 millones para quedarse con la ficha de Julián Álvarez. La Araña de Calchín, por cierto, es el ejemplo más flagrante de la complejidad que anida en la cabeza del Cholo: ¡lo pone de wing o incluso en un par de ocasiones, ¡de carrilero! ¿A quién se le ocurre? Al Cholo. Confinar al pibe de nombre de calle palermitana a correveidile por una banda es más o menos como usar una Ferrari para ir a hacer las compras a la verdulería. Ahora, ¿esto pasa porque, como aseguran sus odiadores, Simeone es la mismísima encarnación del “antifútbol? ¡Ni de lejos! Para empezar, la noción de antifútbol es reduccionista, prejuiciosa y pavota. Hasta donde da crédito el autor de estas líneas, antifútbol son todos los deportes que no son el fútbol. Esto es: los deportes “no fútbol”. Quien haya seguido la travesía del Cholo, notará que se ha valido de todos los sistemas conocidos y hasta alguno, por qué no, innovador. De una punta, el Estudiantes campeón 2006 en el que atacaban hasta los utileros. En la otra punta, el amarrete que en la final de la Champions de 2014, la de Lisboa, llegó a dominar con holgura al Madrid, se puso en ventaja gracias a Diego Godín y en el segundo tiempo conforme pasaron los minutos inspiró que el Aleti se cuelgue del travesaño. El Dios del fútbol bajó el pugar, Sergio Ramos mandó el partido al suplementario y el Príncipe Colchonero se convirtió en mendigo. En el medio de los extremos referidos, Simeone ha probado de todo. Dice cierto sesgo de la filosofía china que mucho de lo bueno termina por ser malo. Y a Simeone se le vuelven en contra dos carácterísticas de su personalidad: la hiperactividad y la obsesión por la perfección. Salvadas las debidas distancias, desde cierta perspectiva tiene cosas en común con Marcelo Bielsa. Por caso: pensar demasiado. Sí, en el fútbol, pensar demasiado no siempre garantiza la genialidad. Ni siquiera la eficiencia. Quien piensa demasiado, corre el riesgo de perderse en su laberinto. Y quien se pierde en un laberinto, es capaz de no registrar lo evidente. Bueno, algo así está pasando con el Cholo Simeone. Perdió la brújula y se la pasa buscándola en los cajones de su mansión de Pozuelo de Alarcón.

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